Aquella tarde, fría y lluviosa, Carlos, atenazado por el sentimiento de culpa, decidió tomar el sendero de la sinceridad, y con el cuerpo tembloroso, la voz entrecortada y la mirada empapada en agua de lágrimas, confesó a María su infidelidad.
A María un escalofrío le escaneó todo su cuerpo... En su interior, se inició una batalla cruenta. El dolo hizo rehén a su corazón empapado de amor. Prendió una soga a su alrededor y a cada embate, como si de una pitón se tratara, oprimía un poco más. El amor se henchía para ganarle terreno pero el pulso fue terrible.
Durante unos días, entre María y Carlos no hubo sonrisas, ni palabras, ni tan siquiera miradas furtivas. No hubo caricias, ni buenos días, ni buenas noches, ni cama compartida ni desayunos cómplices al alba. Parecían dos desconocidos habitando la misma casa, dos almas perdidas y ciegas que fingían que se ignoraban.
Carlos simplemente vagaba. Aunque María lo ignoraba, su culpa no tenía perdón porque seguía nadando entre dos aguas, porque su alma se debatía entre dos damas, a una la quería, a la otra .... la anhelaba. Dejó de ser infiel en la alcoba para serlo en el lecho de los sentimientos, donde mora la infidelidad más cruel, la más dolorosa.
María perdió su luz y en su vagar se podía leer la angustia que dentro de ella se fraguaba. Se borró su hermosa sonrisa y sus labios se tiñeron con la mueca del dolor, esa que sale del alma dañada, esa que nace cuando la traición te hace una visita inesperada de la mano de quien más amas.
Una noche, en la plenitud de la madrugada Carlos depertó entre la incomodidad de aquél sofá que durante unos días fue su almohada. Se incorporó y aun arriesgo de despertarla, se acercó a María y le regaló el beso más dulce que hasta ese día le había entregado. Después, sin reparar en equipaje salió de casa. Y comenzó a caminar, dio un paseo con la luna, y luego con el sol, después con las nubes, más tarde con la lluvia ... Y jamás volvió a dulce abrazo de María, pensó que ya jamás, la amaría como merecía.
Esa misma noche, al mismo tiempo que Carlos recorría aquella fría madrugada con Selene como única compañía, dentro de sus sueños, el amor de María encontró el perdón y con una nueva luz en su mirada buscó a Carlos por toda la casa. Al comprobar su ausencia, lo entendió todo y el ardor de la desolación empezó a pujar presionando primero su cabeza La fuerza de aquella presión acabó clavando sus rodillas en el suelo y arrancándose el aliento que le quedaba, un gemido aterrador salió de su garganta y volvió de nuevo a desgarrarse su alma.
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